El elegido by Andrew Gross

El elegido by Andrew Gross

autor:Andrew Gross [Gross, Andrew]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Martínez Roca
publicado: 2019-01-16T23:00:00+00:00


37

Cuando volvía de jugar al ajedrez con Frau Ackermann, después de que ella hubiera regresado esa semana, Leo dejó al Rottenführer Langer en la entrada del campo y siguió caminando hasta el bloque treinta y seis.

Encontró al viejo en su litera.

—¿Cómo está hoy, profesor? —Se sentó frente a él.

—Mejor. —Alfred se incorporó y forzó una sonrisa débil—. Un poco mejor cada día.

—Tenga. Le he traído algo. Creo que lo alegrará. —Sacó una servilleta de tela y una taza humeante.

—¿Té? —El rostro de Alfred se iluminó—. Esto debe de ser un sueño. ¿De dónde?

—¿De dónde cree? —dijo Leo—. Desde luego, Langer ha estado empujándome todo el camino de vuelta con la esperanza de que lo derramara. Aunque no se ha atrevido a tirarlo directamente. Aun así, me temo que no está tan caliente como cuando salí de allí.

—No importa. —Alfred bebió un sorbo y aspiró el aroma perfumado—. Ah, clavo de olor..., esto es el cielo.

—Le dije que nos cuidaría —señaló Leo orgulloso—. También a usted. —Había algo de aflicción, casi resignación, en los ojos del chico que Alfred podía detectar, pero no interpretar.

—Sí. Has acertado esta vez, hijo.

Realmente lo había cuidado.

No había muerto.

Había resultado ser tifus después de todo, pero había sobrevivido. Aunque Alfred había permanecido en la enfermería toda una semana mientras recuperaba sus fuerzas. ¡Eso sí que era un milagro! Había pasado dos días en un sudoroso aturdimiento hasta que la fiebre había remitido. En su delirio, veía imágenes de Marte, quien lo llamaba, así como su trabajo y sus fórmulas, que desfilaban frente a sus ojos.

Y también otro sueño, muy extraño, algo que no había logrado entender del todo hasta que finalmente recobró la lucidez: una mujer joven. Bonita, joven, junto a su cama, cuidándolo. Supervisando a los doctores. Indicándoles que se aseguraran de que se pusiera bien. «Cueste lo que cueste», había insistido ella.

«“Cueste lo que cueste”...

»¿Por qué?»

Después se enteró de que le habían puesto la vacuna que normalmente estaba reservada para los alemanes. Le dieron antibióticos y le practicaron transfusiones de sangre.

Leo sonrió.

—¿Lo ve? También ha sido un ángel para usted.

—Desde luego. —Alfred asintió—. Mi más sincero agradecimiento, Leo. Si es que agradecimiento es lo que debo sentir por estar de vuelta aquí.

Hacía una semana que había vuelto. Le habían permitido recobrar sus fuerzas, en vez de gasearlo o forzarlo a volver al trabajo de inmediato, como a los demás. Aun así, seguía un poco débil. En una ocasión, incluso había acudido una enfermera al barracón para examinarlo. Era algo sin precedentes. En todo el campo, los más sorprendidos cuando regresó fueron sus compañeros de bloque. «Ya casi habíamos cedido tu catre...» Lázaro, lo llamaban ahora. De vuelta después de un breve encuentro con la muerte. Nadie había hecho algo así antes.

Leo lo visitaba todos los días, para ver cómo seguía.

Y, cada día, encontraban un poco de tiempo para trabajar. Alfred se daba cuenta de que aún le quedaba mucho por enseñarle. Y tan poco tiempo... Había usado un pedazo de tiza para anotar sus fórmulas en la lámina de hojalata todos los días.



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